TRAS LOS PASOS DE LOS ELEFANTES DEL DESIERTO

_IGP7267-001
No es ni el más grande, ni el más famoso ni el parque con más animales de África. Infinitamente menos conocido que Serengeti (Tanzania), Chobe (Bostwana) o Kruger (Sudáfrica). Pero, como me explicó un francés que presumía de conocerlos casi todos, es uno de los que mejor relación calidad-precio ofrece en el continente. «Por diez dólares que cuesta la entrada se ve una buena cantidad de animales», djo. Y aunque pensé que no era la mejor forma de valorar un parque ni la conveniencia de visitarlo o no, decidí ir.

_IGP6736

En realidad Etosha es un gran sitio para ver animales salvajes. Llano y con zonas desnudas de árboles, sus moradores pasan las horas en temporada seca refrescándose y bebiendo en las lagunas, que en agosto son poco más que charcas. Así que no hay más que hacer la ruta de los waterholes y la lista de animales avistados irá llenándose rápidamente, incluyendo tres o cuatro de los cinco ‘big five’: leones, rinocerontes, elefantes y, con infinita suerte -como en todos los parques-, leopardos.

_IGP7275

Las tímidas jirafas, las asustadizas cebras y los curiosos impalas están por todas partes. Tan solo búfalos e hipopotamos, entre los grandes mamíferos, faltan en Etosha. En el caso de los hipopótamos, porque ni con el agua de todas las charcas del parque juntas se llenaría una piscina que colmara sus necesidades.

Fue una manada de leones la que nos dio la bienvenida. Bueno, realmente no hubo bienvenida: los ocho ejemplares que vimos pocos metros más allá de la entrada dormían a pierna suelta -boca arriba, patas estiradas- a la sombra de los mopanis.

_IGP6428
_IGP6434

Si, quizás no es la imagen del rey de la sabana dando caza a su presa que uno espera ver en África, ni la foto que uno sueña con llevarse de un safari…pero era mediodía, algo más de las doce y el sol estaba en lo más alto: no es hora para que los leones anden por ahí malgastando energía, pensé.

Por esa misma razón, no era hora para ver muchos animales salvajes, que por lo general prefieren la oscuridad para sus correrías. Aun así, en la jungla hay de todo, la sed aprieta y los elefantes, por poner un ejemplo, necesitan chapotear en el agua y revolcarse en la arena para sacudirse el calor de encima. Así que pusimos rumbo a la charca más cercana para ver qué ambiente había.

_IGP6753

El paisaje de Etosha es muy variado. Cinco mil de sus veintidós mil kilometros cuadrados están ocupados por una salar, vestigio de un antiguo lago que solo vuelve a albergar agua unos días al año durante la estación húmeda. El resto del tiempo es un lugar inhóspito que solo recibe las visitas de hienas y oryx, los dos únicos animales que pueden sacar de la sal algo parecido a alimento. Esta adaptación al medio árido es lo que ha hecho del oryx el animal nacional de Namibia. Con sus cuernos estrechos, largos y redondeados, se le puede ver en todos los rincones del país sudafricano, incluso en medio de las dunas del desierto, solitario, buscando el agua en los arbustos que salpican la arena.

_IGP6744-001

Los quince mil kilómetros cuadrados restantes son, en su mayor parte, dominio de la acacia erioloba; árbol que, como el oryx, también ha sabido adaptarse al medio árido. En agosto -invierno en Etosha- exhiben sus espinas largas y sus ramas desnudas de hojas. Desnudas no solo por la estación del año sino porque las jirafas ya se han encargado de la tarea. Afortunadamente para ellas, la copa de este árból, que puede superar los quince metros de altura, no está al alcance de la mayoría de los animales. Así que son ellas las que, casi en exclusiva, lo disfrutan.

_IGP6995-002

Hay otras zonas en el parque en las que ni siquiera hay el mínimo de humedad para albergar acacias y otras que, por el contrario, podrían recibir el calificativo de frondosas, aunque solo por comparación al resto. Estas últimas son el territorio del mopani, el árbol preferido de los elefantes.
_IGP7148-001

Los mopani dan al parque un aspecto otoñal, con sus hojas amarillentas, que permanecen en las ramas si aún no ha pasado por allí un elefante y se las ha comido. Allí la sabana es más espesa y hay que aguzar la vista para ver qué ocultan los árboles. En esas estábamos cuando oímos un crujir de ramas a la izquierda de la carretera. Nos preparamos para ver elefantes, pero no: allí, semiocultos entre el fojalle, había dos grandes rinocerontes blancos.

_IGP7211

El rino es uno de los animales más amenazados. Grande y de aspecto prehistórico, tiene la mala suerte de tener su cara atravesada por un cuerno que a la vez que le afea le vuelve irresistible para los furtivos, que hacen negocio con la superstición que le atribuye efectos afrodisíacos. Así, cuerno a cuerno, el hombre ha llevado a la población de rinocerontes al límite. Tan amenazados, tan vulnerables… y sin embargo, allí estaban, a menos de veinte metros, pastando tranquilamente. Lentamente se acercaron al camión, tratando de identificar qué especie de animal era esa que tenían enfrente: una bestia blanca, de patas redondas y con múltiples cabezas que salían por todo el cuerpo. Al cabo de un minuto de inspección, decidieron que, fuéramos lo que fuéramos, camión y ocupantes no constituiamos ninguna amenaza. Se dieron media vuelta y se alejaron lentamente.

_IGP7204

Llegamos a la charca en pleno baño de los elefantes. Una manada de quince ejemplares chapoteaba ruidosamente en el agua. En el centro, la que parecía ser la matriarca se duchaba rociándose el cuerpo con el agua que escupía por la trompa. A su lado, su cría la imitaba, mientras otro ejemplar igual de pequeño espantaba a los impalas y a los facóqueros que se atrevían a acercarse al agua barritando como un adulto.

_IGP7100-001
_IGP7136-001
_IGP7137-001
_IGP7138-001 (2)

A un lado de la laguna otro grupo de elefantes sedientos bebía sincronizadamente, como acodados en la barra del bar, observados de cerca por los kudús. En segunda fila, tras haber sido desalojados en cumplimiento de la ley del más fuerte, esperaban turno de volver a ocupar su sitio en la charca cebras y jirafas. Con las plumas remangadas por si había que echar a correr, aguardaban mucho más allá las avestruces, las últimas en la cola del agua y las últimas también en el escalafón de la sabana.

_IGP6879
_IGP6887

Absortos ante el espectáculo, nos pillaron por sorpresa unos barritos cercanos. El grito del elefante despierta tanta emoción como inquietud cuando suena cerca. En las películas, un barrito potente suele preludiar una carga de un elefante enfadado. Pero estos eran barritos de elefantes contentos, ansiosos por llegar al agua. «Eh tú, corre, que esos se lo van a beber todo», parecía decirle el primero de la fila, una cría de apenas un metro de altura, al resto de la manada, un grupo de hembras comandado por una matriarca. De repente pasamos de estar ocultos a un lado de la charca a estar en mitad de una manada. Afortunadamente, no parecían ver más que el agua: nos rodearon como si fueramos una piedra grande en el camino y se lanzaron a la charca.

_IGP7017-001
_IGP6821-001
_IGP7034-001
_IGP7111-001
_IGP7150-003

La llegada del segundo grupo aceleró el fin del baño de los otros, que pasaron a la segunda fase: la del cuidado de la piel. Con la trompa, con la que antes se habían rociado el agua, ahora se aplicaban arena, mientras con las patas golpeaban el suelo para embadurnarse bien todo el cuerpo. En unos segundos, la polvareda engullió al grupo y por un momento pensamos que se habían vuelto locos. O, al menos, que algo les había enfadado. Pero nada que ver. La arena es la crema protectora de la piel de los elefantes -nos aclaró el guía- les ayuda a protegerse del sol y de los parásitos. Y realmente, los elefantes de Etosha se tomaban muy en serio esta parte de su ‘toilette’.

_IGP7028
_IGP7024-001

Una vez frescos y embadurnados, se alejaron en fila india hasta perderse entre los mopanis. Aun estabamos saboreando la escena del baño de los elefantes cuando, de camino a otro ‘waterhole’ nos dimos de bruces con otra manada, esta vez formada por solteros. Cuando se hacen adultos, las hembras les expulsan del rebaño. Entonces, vagan por la sabana hasta que se juntan con otros solteros y, frecuentemente, con algún otro macho viejo que se convierte en el ‘padre’ del grupo. Eran tres y avanzaban lentamente entre las piedras, por una zona extremadamente árida. ¡Elefantes del desierto!, gritamos. Y no nos equivocábamos. Namibia es uno de los países en los que se puede ver paquidermos vagando entre las dunas, adaptados a entornos extremadamente secos.

_IGP7215

Avanzaban muy despacio hacia una nada que se abría, infinita, ante ellos. De repente, se detuvieron y dos de ellos se enfrascaron en una larga conversión silenciosa. Tan solo el movimiento de la trompa delataba que no se habían quedado petrificados, como el paisaje que les rodeaba. En su libro -muy recomendable- ‘The elephant whisperer’, Lawrence Anthony explica el sofisticado sistema de comunicación que tienen estos animales y su gran capacidad para interrelacionarse. Pero el código de esa comunicación nos es desconocido y el significado de lo que estaba pasando ante nosotros nos quedaba, por desgracia, vedado. Allí permanecimos un buen rato, mirando sin entender pero disfrutando de la escena.

_IGP7261

Esa tarde visitamos otras charcas frecuentadas por jirafas, cebras y chacales. Vimos ñus, kudus y oryx, impalas de cara negra y hienas. Recorrimos más de cien kilómetros por las carreteras de grava y arena de Etosha. Y exhaustos, cubiertos de polvo y saboreando todo lo visto ese día, llegamos al campamento poco antes de la puesta de sol.

_IGP7154
IMGP7313

Cuando cae la noche la sabana despierta. Pero el hombre no está invitado a esa fiesta: el parque se hace demasiado peligroso para exponerse a un pinchazo de rueda o a una avería cuando las ‘bestias’ salen a comer. Por eso, cuando se va el sol, es el hombre y no el animal el que se mete en la jaula. Rodeados de robustas empalizadas, los campamentos son reservas de ‘vida humana’ en el corazón de lo salvaje. Tienen cómodos bungalows y zonas de acampada, restaurantes y a veces hasta piscina. En Okaukuejo, donde nos quedamos esa noche, hay de todo eso. Y también, como descubrimos al llegar, espectáculo en directo.

IMGP7302-001

En realidad, no es un espectáculo programado, puede representarse o no, depende del día y de la suerte. Fuera del campamento pero pegado a la empalizada que lo delimita, alguien tuvo la idea de situar un waterhole artificial. Y con el agua, llegaron los animales. Nada más ponerse el sol, los turistas ocupan los bancos instalados alrededor de la verja. La escena es llamativa: decenas de personas mirando, absortas, en completo silencio, hacia un charco desierto. Lo que suele pasar es lo siguiente: al cabo de unos minutos de espera te aburres y comienzas a repasar las fotos del día. De repente levantas la vista y allí están. Sin hacer ruido, sigilosamente, tres elefantes se han abierto paso hasta el estanque.

IMGP7299

Se hace de noche. Se oyen pasos sobre las piedras. Uno, dos, tres…. hasta siete rinocerontes se han desplegado en el escenario. A las jirafas tardas en verlas, su silueta delgada se camufla bien en la oscuridad. Pero luego las distingues allí, haciendo equilibrios sobre sus patas para asomarse al agua y beber.
_IGP6654

La coreografía es perfecta, la sucesión de animales continua. Como siguiendo un guión, llega una hiena silenciosa, la jirafa se asusta, el chacal merodea guardando distancias con los rinocerontes. Toda la fauna de Etosha desfila por la laguna. Pero no hay guión, solo una charca colocada en el mejor sitio posible. ¡Y nosotros que recorrimos kilómetros buscándolos sin saber que los teníamos a la puerta de casa! La sesión parecía no tener fin, pero por ahí comenzaban a bostezar. Nos fuimos a dormir con la inquietud de estar perdiéndonos un gran espectáculo.

El sol había desaparecido en el horizonte y el cielo ya se oscurecia cuando, al día siguiente, dejábamos el parque. A unos metros de la entrada, cerca de donde habíamos visto un día antes la manada de leones durmientes, apareció un león solitario. Caminaba muy cerca de la carretera barriendo con la mirada el terreno. Seguramente buscaba su primera comida del día, posiblemente tras despertar de otra prolongada siesta. Apenas miró el camión y siguió su camino, concentrado en su tarea. Con toda seguridad esta vez sí que nos íbamos a perder el mejor espectáculo de la sabana.

IMGP7324-001